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Hace (45) meses
Estuufaas, lavadooraas, refrigeradoorees…
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La tercera pandemia, la social, ya está aquí y comienza a corroernos como un cáncer inevitable y fatal. Hay datos que se confunden en el mar de informaciones sobre los videos del Cártel Jalisco o la extraña historia del señor Lozoya e incluso la implacable numeralia de muertos y contagiados por el coronavirus, pero que entrañan una suma de realidades brutales al interior de las familias de este país: en lo que va del año, más de 800 mil trabajadores han retirado un total de 8 mil 500 millones de pesos en sus cuentas de Afores. Esto representa un 60 por ciento más del mismo periodo del 2019, según la Consar, una cifra sin precedentes en su historia. Que, sin embargo, se explica y coincide con que más de un millón 100 mil trabajadores han perdido su empleo en el mismo lapso a causa de las pandemias paralelas sanitaria y económica originadas en la crisis del Covid-19.

Los efectos han sido devastadores: un estudio de la Universidad Iberoamericana revela que uno de cada tres hogares perdió más de la mitad de su ingreso; establece que los pobres y los jóvenes son los más afectados en la pérdida de sus fuentes de empleo; otra encuesta del gabinete de comunicación estratégica precisa que siete de cada 10 mexicanos reconoce estar afectado por la emergencia, principalmente por factores cómo pérdida de empleos, menores ingresos familiares, situación económica general y el incremento de precios; otras investigaciones académicas detallan como las imprevistas compras de cubrebocas, geles antibacteriales y termómetros han aumentado hasta en 10 mil pesos el gasto familiar mensual, y no se diga cuando hay uno o dos contagiados y el presupuesto se dispara hasta 30 mil pesos por compra de medicamentos.

El drama es que, cuando se agotan los ahorros y los recursos de quienes aún tienen un empleo no alcanzan, las familias solo tienen dos opciones: recurren al comercio informal, ejemplificado en las redes por quienes ofrecen pasteles o similares y cuando eso no resulta deshacerse de bienes relativamente suntuarios o hasta indispensables como cuadros, muebles o incluso los refrigeradores con los pregoneros de la calle. Todo atentando contra el equilibrio familiar que ya se manifiesta con datos específicos: una tercera parte de los confinados padece depresión severa y ocho de cada 100 presenta síntomas crecientes de ansiedad.

La suma de estas cientos de miles de tragedias es un monstruo que crece y amenaza cada día: al final del año serán 3 millones los desempleados y entre 10 y 12 millones de mexicanos descenderán de la clase media a la pobreza y aun a la pobreza extrema, padeciendo hambre y desnutrición.

Ya incluso la Comisión Económica para América Latina, encabezada por cierto por la mexicana Alicia Bárcena, ha advertido que producto de las pandemias de salud y económica, la caída del PIB en México arrastrará a toda la región. Una contracción estimada entre menos nueve y menos doce por ciento. Un escenario aterrador.

Por ello, la propia Cepal está haciendo un llamado urgente a México para que amplíe el apoyo de emergencia a las pequeñas y medianas empresas que generan siete de cada 10 empleos, así como a las clases medias de la población, a fin de poder enfrentar el impacto brutal del tsunami que viene.

A propósito ¿alguien ha oído hablar de estos inmensos desafíos a los altos funcionarios del gobierno, del presidente para abajo?

Ricardo Rocha

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