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Hace (73) meses
El escondite!
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Ven, ayúdame, agárrale ahí!- durante muchos años, en mi infancia y adolescencia, ésas fueron las palabras más comunes que me decía mi papá cuando tenía que hacer algo, ya sea lo que era su oficio principal, la carpintería, o cuando realizaba alguna reparación en su taller, fuera plomería, eléctrico, inclusive si debía hacerle mantenimiento a su camioneta por alguna falla, algo que pudiera hacer el, sin llevarla al mecánico. Mi padre sabía hacer muchas cosas, nada se le complicaba, siempre buscaba la forma de resolver algo que lo detenía, casi era un “todólogo”, pero había un común denominador, casi siempre lo hacía solo. Cuando decidió cerrar su taller de carpintería, para abrir un negocio de artículos para ebanistería, el seguía trabajando al cerrar su negocio, tenía un lugar apartado, donde nadie lo molestaba; a partir de las 7 de la noche y los sábados por la tarde, se iba al fondo de su propiedad a hacer lo que más le gustaba, trabajar con la madera.

Hace siete meses que termine de edificar un lugar hasta cierto punto secreto; después de 25 largos meses de construcción, por fin pude abrirlo a mis más cercanos familiares y amigos. En 40 metros cuadrados hice un lugar de reunión, para charlar, reír, jugar, comer y degustar algún vino. Un espacio apartado donde actualmente paso bastante tiempo, mayormente solo, ya sea adecuando más el lugar o simplemente para pensar un poco sin que nadie me moleste.

Desde un inicio, me sirvió de distracción, un lugar de esparcimiento, literalmente me apartaba del mundo exterior. Hice un tapanco de madera, pinte el lugar, barnice las vigas, rehabilite muebles que tenía arrumbados en mi casa para colocarlos allí y lo decore enteramente a mi gusto. Lo nombre “The Cave” (La Cueva), teniendo como temática principal lo británico, dado mi gusto por el rock inglés.

Cuadros decorativos, cervezas viejas, figuras coleccionables de artistas de rock, viejas televisiones, dos modulares de música, reproductores de DVD, un refrigerador que apenas funciona y muchas fotografías de mis padres, principalmente de mi madre. Este lugar me protege. Para mí, es como entrar en otra dimensión, un espacio que me aísla de todo y de todos. En el he podido colgar fotografías que tenía abandonados, a punto de tirarlos, como por ejemplo las fotografías de mi graduación universitaria.

Cuantificar las horas que estuve en ese lugar antes de terminarlo, sería imposible, pero disfrute cada uno de los momentos en que por unas horas me convertía en mi padre, nadie me ayudo, en mi egoísmo por lograr algo por sí solo, me encerraba y no dejaba que nadie entrara al lugar hasta que hubiera significativos avances, nadie tenía acceso al lugar. Por desgracia, cuando empecé con este capricho, mi papá ya no estaba en condiciones de salir de su casa. No conoció La Cueva, tampoco supo de su edificación, no hubo la oportunidad de que le dijera lo que hacía. Los tiempos no jugaron a mi favor.

Mi escondite, mi cueva, “The Cave”, tiene todo que ver con mis padres, es el lugar de conexión entre ellos y yo, ellos están ahí, sus fotos, sus recuerdos, monedas de mi padre, dos ceniceros que él mando a hacer y me obsequio mi madre, inclusive un cristo de latón de 40 centímetros que se encuentra en una cruz de madera que hizo en esos sábados por la tarde que se dedicaba a buscarse que hacer, el cual me regalo para tenerla en casa, pero ahora reposa en una cruz de 2.20 metros que hice especialmente. No puedo negarlo, adoro ese lugar, cuando me siento plácidamente en un sillón y miro alrededor del pequeño espacio, siento nostalgia, me hubiera gustado sentarme a platicar con él, algo que mi papá le encantaba hacer, charlar sin cesar. Vivamos juntos el aquí y el ahora.

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