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Hace (46) meses
El calvario de Nelson Vargas
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El empresario Nelson Vargas me relató hace años esta escena imborrable, estrujante. Acababan de detener al hombre acusado de secuestrar y asesinar a su hija Silvia: Cándido Ortiz González, conocido como “El Comandante Blanco”. En el Centro de Mando de la Policía Federal, Vargas le pidió al secuestrador que lo mirara a los ojos y luego le preguntó: “Dime cuándo asesinaron a mi hija”.

“Desde el tercer día”, contestó Ortiz González.

Me asomé en ese tiempo al abultado expediente del caso Vargas. La ligereza con que los implicados narraban lo que habían hecho me hizo sentir como pocas veces…

“El Comandante Blanco” pasó de microbusero en Insurgentes a policía preventivo del entonces DF. En 1993 lo dieron de baja y durante los dos años siguientes se dedicó a asaltar camiones de carga en Vallejo. En su declaración asentó que durante un viaje a Guerrero, alguien lo invitó a hacer un secuestro. Fue el primero de 25.

“El comandante Blanco” decidió juntarse entonces con sus hermanos, Miguel, Óscar, Manuel, Raúl. Esta célula se asoció con otro grupo de secuestradores del que, según Ortiz, formaba parte un tal Israel.

Según su declaración fue en 2007 cuando Israel y su grupo, en un McDonald’s de Periférico sur, le hablaron de una muchacha a la que era fácil “levantar”. Se llamaba Silvia Vargas Escalera. En realidad, uno de los hermanos de Cándido, quien trabajaba como chofer de la joven, fue quien entregó la información que permitió el secuestro.

La siguiente vez que Ortiz vio a sus cómplices tenían a la joven en una casa de seguridad, “sentada en una cama, con los ojos vendados”.

Para amedrentar a Nelson Vargas, decidieron enviarle uno de los dedos de su hija. Ortiz dijo que “las cosas no les salieron bien” a los secuestradores, que la joven reaccionó mal a la amputación y que, aunque él intentó resucitarla con respiración de boca a boca, ella “ya no reaccionó”. En la última llamada que Vargas recibió, uno de los secuestradores le dijo que lo olvidara todo, que ya no le interesaba el dinero.

A resultas de una investigación realizada por él mismo a partir de una denuncia anónima, Nelson Vargas denunció al chofer de su hija, Óscar Ortiz, como parte de la banda. Los hermanos comenzaron a caer, unos en Guerrero, otros en Veracruz, uno más en la Ciudad de México.

Pasaron 13 años y el calvario no termina. Vargas acaba de denunciar que el magistrado Manuel Bárcena Villanueva concedió un amparo a Cándido Ortiz porque “no está demostrado que el defensor de oficio que lo asistió durante su declaración ministerial tuviera cédula profesional para ejercer como licenciado en Derecho”, por lo que “no existe constancia de que contó con una defensa adecuada en ese momento procesal”.

Un caso desarrollado durante tres sexenios, del de Calderón al de López Obrador, tendrá que ser repuesto.

“En un ‘chico rato’”, dice Vargas, “El Comandante Blanco” podría quedar libre: miles de fojas repletas de dolor e infamias, terminarían, entonces “archivadas” en un bote de basura.

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