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Hace (39) meses
2021: Trump, AMLO y Biden
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Cada vez menos me dicen que exageré cuando, al iniciar su mandato hace cuatro años, dije que era un imbécil. Y ya casi nadie me reclama haber contado que su abuelo —huido del servicio militar en Alemania— hizo fortuna explotando prostitutas en las zonas mineras de los Estados Unidos. Y que su padre y él mismo construyeron su emporio familiar inmobiliario traficando con edificios en litigio y comprando jueces para obtener fallos favorables.

Y que llegó a decir sobre la belleza de Ivanka, que lástima que él estuviera casado y que ella fuera su hija.

Y conste que la tesis original no fue mía sino del joven filósofo harvardiano Aaron James, quien en plena contienda electoral contra Hillary escribió un libro que sería premonitorio: Trump: ensayo sobre la imbecilidad, donde establece claramente que esta no es sinónimo de idiotez. En cambio, describe al imbécil como arrogante, abusivo, que goza con el sufrimiento de los demás, que subestima a las mujeres, el supremacista racial, el irreflexivo y violento. O sea, la descripción exacta de Donald Trump; solo complementada por lo que dijo entonces el best-seller mundial Stephen King: “Trump es un imbécil sin idea de cómo funciona un gobierno”.

Lo inaudito es que gobernó, luego de ganar aquella elección. Aunque su recuento sea el del desastre: como un gañán de callejón, se peleó con los de adentro y los de afuera, se burló de sus opositores, arrinconó a la prensa crítica, ocultó información, humilló públicamente a sus colaboradores, abandonó el Acuerdo de París sobre cambio climático, y ofendió groseramente a mandatarios tan importantes, como Angela Merkel de Alemania y Justin Trudeau de Canadá.

Pero, con absoluta seguridad, más allá de estas arrogancias corrientes, Trump pasará a la historia como “el peor perdedor de todos los tiempos”. Como el jefe de Estado que jamás entendió que el fundamento de la democracia no es el festín del triunfo, sino el reconocimiento de la derrota. De ahí sus lamentables últimos días con la escandalosa toma del Capitolio que él mismo prohijó con su aliento y apoyo a los grupos más belicosos de la extrema derecha: “¡sean salvajes!”, los conminó en algún momento. Por eso, Trump ahora mismo es un enigma: nadie puede asegurar que no fraguará un nuevo intento de asonada en los días que le restan; o si pretende conformar un nuevo partido con sus hordas de seguidores o si se quedará solo.

De lo que no hay duda, es que en la segunda mitad de su mandato estuvo muy bien acompañado por su vecino del sur. Porque para nadie es un secreto que Trump y AMLO no solo se toleraron, sino que caminaron de la mano con sus estilos de gobierno que pasaban de lo empático a lo simbiótico. Casi siameses. Y que esto llevó a la sumisa tolerancia de sus insultos, la amenaza permanente del muro y los chantajes financieros. A cambio de lo cual le correspondimos con hacerle el trabajo sucio de los migrantes, la visita propagandística a Washington, el silencio por el triunfo de Biden y la cabeza en el hoyo del avestruz por la toma del Capitolio.

A ver: no se necesita ser muy listo para reconocer —más allá de nacionalismos populistas— nuestra dependencia económica y estratégica de los Estados Unidos, implícita en el T-MEC, actualizado por la 4T. Ni aun considerando que el señor Biden no sea un tipo rencoroso, es evidente que no le seremos particularmente simpáticos. Así que, a dejar de desplazarnos de rodillas, levantarnos y caminar hacia el nuevo desafío.

Ricardo Rocha

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