Cien mil vidas comparten una historia
 
Hace (41) meses
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A quel tuit rompía, le quebraba a uno algo por dentro:

“Papito, sé que tienes miedo. Perdóname por no poder pagar 500 mil pesos, perdóname por no haber insistido más en que te hicieras la prueba desde el martes, confío en Dios en que estarás en buenas manos. Perdóname”.

Era el 13 de octubre de 2020. Mariana publicó un nuevo tuit minutos después: “Ofensivo peregrinar de hospital en hospital, porque no hay camas disponibles”.

Pasaron cuatro días. La madrugada del 17 de octubre, fue informada de que su padre había sido intubado. La tarde de ese día, escribió: “Mi papá murió hoy y él no es un número más”.

Ha circulado en Twitter una foto del Estadio Azteca a reventar. Lo que vemos corresponde al número de mexicanos que según números oficiales han perdido la vida por el Covid-19. Esos más de cien mil mexicanos comparten una historia semejante a la de Bonifacio Estrada, el padre de Mariana.

El 6 de octubre el señor Estrada volvió a su casa cansado e inapetente. Le compraron un oxímetro, que indicó niveles de saturación normales. Dos días después, presentó 38 grados de temperatura.

El 9 en la mañana le hicieron una prueba en un laboratorio privado. No había perdido el gusto ni el olfato, pero el día 10 llegó el resultado: “Positivo”. Ese día, su oxigenación cayó de pronto a 69. Sucedió de un momento a otro.

Lo llevaron a un hospital privado en Coyoacán. “En ese momento tuvimos un golpe de realidad”, cuenta Mariana: les pidieron 30 mil pesos para admitirlo y 200 mil por cada día de estancia.

Una enfermera les dijo que el INER era el hospital más cercano. Allá les dijeron que a partir de una tomografía decidirían si era preciso hospitalizarlo. La tomografía indicó que sí. Pero el hospital carecía de camas.

La condición del paciente empeoraba. Pero la única respuesta para la familia era la calle, la banqueta, el tráfico, circular por la ciudad más monstruosa del mundo, buscando un respirador, una de esas camas que el gobierno dice que aún sobran.

Un amigo recomendó el Hospital de La Raza. El señor Estrada abrió los ojos: “Ahí los matan”, dijo. El amigo insistió. En medio del tráfico, abandonadas, solas, con miedo, las hijas del señor Estrada atravesaron la ciudad.

“Ya no pude ver a mi papá”, relata Mariana. “Mi hermana entró con él. Le pidieron que lo desnudara, que le quitara sus pertenencias, su celular, sus zapatos. Salió destrozada. Intentamos abrazarla y no quiso que la tocáramos. La enviaron a su casa, indicándole que se aislara”.

Los informes médicos se reducían a una hoja. “Delicado estable con riesgo a complicaciones”. Durante los días que siguieron, por medio de videollamadas, y gracias a un trabajador de limpieza, la familia pudo comunicarse con el señor. El 16, el trabajador de limpieza les informó que la saturación de oxígeno había bajado.

En la madrugada del 17 fue intubado. “Oxigena muy bajo”, les informaron. Recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir a las 12:50.

Rota —como esa palabra que tanta molestia causó hace unos días—, Mariana se trasladó al hospital. Solo su hermana pudo entrar a reconocer el cuerpo. Después de una espera inhumana, lo sacaron para llevarlo al crematorio.

El jueves pasado, entre chistes, burlas y risas tanto del presidente como del encargado de manejar la pandemia, México rebasó la cifra terrible de cien mil muertos por Covid. Como con el tuit de Mariana, lo que hay detrás de los números lastima, rasga: lo quiebra a uno por dentro. Cien mil veces ha pasado algo como esto.

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