¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo!
 
Hace (74) meses
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“¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, que nomás se le antoja y se monta a caballo!”. Antiguo es ese proloquio mexicano, machista como el 90 por ciento de los refranes que se refieren al trato entre la mujer y el hombre. (“La mujer como la escopeta: cargada y en un rincón”. “En cojera de perro y en lágrima de mujer no creer”. “Lo mejor para quitarse el frío es tener una cobija nueva arriba y una vieja abajo”. Y por ahí). Pues bien: aquel recién casado le hacía todos los días el amor a su flamante mujercita. Semejante asiduidad hizo que a los pocos meses el muchacho quedara exangüe y abatido, cuculmeque y escuchimizado. Acudió a la consulta de un facultativo, quien después de un breve interrogatorio clínico dio con la causa de su debilidad. “Está usted abusando de su juventud -le dijo-. En adelante tenga sexo solamente dos días a la semana”. Tan rigurosa dieta entristeció al joven esposo. De regreso en su casa le dio la mala noticia a su dulcinea: “El doctor dice que debemos hacer el amor solamente dos días por semana. ¿Qué días quieres que lo hagamos?”. Respondió ella: “Los que terminen con la letra ese y los que acaben en o”.

Caso muy diferente fue el de aquel señor que vivía en tensión constante a causa de su tendencia a preocuparse por todo, lo mismo por sus problemas económicos y familiares que por la situación en Siria y por la posibilidad de que le cayera encima un meteorito. Fue a ver al doctor Ken Hosanna, pero sucedió que era miércoles y el médico se había ido a jugar golf. Le dijo la bella y curvilínea enfermera que lo asistía: “El doctor puede recibirlo mañana a las 5 de la tarde, pero venga a las 9 de la noche, pues generalmente va retrasado en sus citas. Mientras tanto dígame la razón de su visita, para abrir su expediente”. Respondió el visitante: “Sufro lo que en inglés se llama stress y en francés surmenage. De continuo ando al mismo tiempo tenso y agotado”.

“En ese caso -sonrió la guapa mujer- no necesita usted ver al doctor. Yo tengo el remedio para su mal. Le costará mil 500 pesos, pero créame: mi tratamiento es más grato y efectivo que cualquiera que mi jefe le pueda recetar”. Así diciendo condujo al señor al interior del consultorio y ahí le hizo el amor cumplidamente. Agradable y eficaz, en efecto, resultó la medicina. A veces Venus es mejor médico que Hipócrates. Al punto el señor sintió alivio en el cuerpo y el alma. Lo invadió un dulce sopor y se olvidó de Siria, del meteorito y de todo lo demás. Tanto le gustó aquel deleitoso fármaco que una semana después regresó al consultorio para tomarlo por segunda vez. Pero ese día sí estaba el doctor. “¿Qué lo trae por aquí?” -le preguntó. Aturrullado contestó el hombre: “Creo que tengo estrés, doctor”. “No hay problema -dijo el facultativo-. Estas pildoritas lo aliviarán. El frasco con cien cuesta sólo 20 pesos”. Replicó el señor en tono humilde: “Si no le importa, doctor, preferiría el tratamiento de mil 500 pesos”. Don Chinguetas habló con su esposa, doña Macalota: “Vamos a cumplir 25 años de casados.

¿Te gustaría una segunda luna de miel?”. “¡Claro que sí! -respondió ella entusiasmada-. ¿Con quién?”. Avidia le pidió a su pretendiente: “Háblame de tus ideales, de tus sueños, de tus ilusiones, de tu sueldo.”. Don Calendárico, señor septuagenario, fue a confesarse con el señor cura don Arsilio. “Me acuso, padre -le dijo- de que anoche le hice el amor tres veces seguidas a unas mujer que no es mi esposa”. Le indicó el buen sacerdote: “De penitencia rezarás tres rosarios”. “¡Gracias, padre! -exclamó don Calendárico lleno de emoción-. ¡Usted sí me creyó!”. FIN.

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