A Secreto agravio, secreta venganza
 
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Con este sugestivo título, tomado de la obra de Pedro Calderón de la Barca, se difundieron en un periódico de principios del siglo 20 los hechos que a continuación se narran. Eduviges Vargas Ramírez, dueña del más importante puesto de verduras del mercado Libertad, era una corpulenta mujer que frisaba los 70 años, allá por 1914; era originaria de Atotonilco el Grande, aunque se avecindó en Pachuca desde los 16 años de edad a raíz de su matrimonio con Ruperto Monterrubio, con quien procreó dos hijos varones: uno muerto en un accidente acaecido en la mina de La Zorra, por ahí de 1906, y el otro asesinado durante la decena trágica en febrero de 1913, en tanto que Ruperto, su marido, había partido de este mundo en mayo de 1907 tras una prolongada enfermedad.

De modo que, para el momento en que sucedieron los hechos aquí narrados, Eduviges vivía enteramente sola, en una modesta casita ubicada al oriente de la ciudad, en el barrio La Cruz de Los Ciegos, acompañada por el fiel Charifas, un pobre hombre de cuerpo contrahecho que caminaba con mucha dificultad en razón de sus malformaciones, pero que mucho ayudaba a aquella mujer en las labores de venta en el comercio que tenía instalado en el mercado Libertad, sitio en el que el Charifas vivía, pues ahí, debajo del mostrador, estaba su cama, único ajuar del que podía gozar para el descanso.

Pocos alicientes de vivir animaban a la pobre vieja, quien, desde la muerte de su último hijo, no tenía ya nada ni nadie que la arraigara a este mundo; sin embargo, seguía al frente del negocio, que mantenía como su marido le había enseñado, y se corría el rumor de que había logrado juntar una verdadera fortuna en monedas de oro y plata que escondía en alguna parte de la casa o del puesto que celosamente vigilaba el Charifas.

Don Juan Silva Flores, empleado del Banco de Hidalgo, la había visitado en varias ocasiones para solicitarle que guardara ese dinero en su banco con el fin de poder incrementar lo ahorrado con buenos intereses que daba, pero Eduviges no entendía ni confiaba en tales instituciones bursátiles, surgidas en Pachuca a principios del siglo 20.

Por esos días, llegó a Pachuca, procedente del estado Coahuila, Raúl Rodríguez, mocetón de unos 30 años, caracterizado por su estrafalaria vestimenta, pantalones ampones de pinzas y camisas de colores chillantes, que mucho se asemejaban a las usadas por los empleados de los circos. Raúl tenía a su favor la extraordinaria labia con la que lograba engatusar a sus interlocutores. Era uno de esos mitómanos que usted y yo, amable lector, bien conocemos, amigo de ficticios personajes, testigo de los más insólitos hechos, héroe de mil batallas, influyente asesor de políticos y artistas famosos y no sé cuántas cosas más, con las que lograba engañar a todo mundo.

Eduviges fue una de las que creyó en Raúl, quien en su peregrinar de Coahuila a Hidalgo se dio cuenta de cómo los distintos bandos revolucionarios acuñaban billetes de diversas denominaciones, que hacían circular de manera forzosa durante su estancia en las plazas ocupadas, dinero que perdía todo su valor cuando se marchaba el bando que lo emitía.

Al percatarse Raúl de que Pachuca estaba a punto de caer en manos de los Villistas entró en contacto con sus parientes de Coahuila, quienes le consiguieron carretadas de las famosas “Sábanas de Pancho Villa”, como se había llamado a los billetes emitidos por este revolucionario en razón de su tamaño y color, los que habían circulado de manera forzosa meses atrás en aquella región norteña, mismos que después perdieron todo su valor. Casi 20 mil pesos consiguió Raúl de aquella moneda, los que con artimañas deseaba vender Eduviges y otros comerciantes a cambio de sus pesos fuertes y monedas de plata de valor intrínseco.

En efecto, Raúl se ganó la voluntad de Eduviges y esta le entregó todos sus ahorros, que alcanzaban más de 7 mil de aquellos pesos en metálico, por los que el coahuilense entregó poco más de 14 mil pesos villistas, ya que, le aseguró, Francisco Villa sería el próximo presidente de México.

El 29 de noviembre de 1914, al arribar a Pachuca las fuerzas Villistas del General Medina Veytia, hubo gran alboroto sobre todo entre los comerciantes del antiguo mercado Libertad, donde los soldados adquirían alimento y pienso para sus caballos. Eduviges que ya había entregado toda su fortuna a Raúl, vio que su dinero había crecido al doble, pero pronto, al retirarse de la plaza los villistas el 2 de diciembre de ese mismo año, vio como aquellos billetes habían perdido todo valor y ella había echado por la borda toda su fortuna.

Esa fue la estocada de muerte para Eduviges, quien al percatarse del engaño buscó infructuosamente a Raúl, pero este había salido ya de Pachuca, sin saberse el rumbo que tomó. El 27 de diciembre de 1914, aquella mujer dejó de existir, no hubo enfermedad previa, su deceso fue repentino, expiró en la cama de su casa en el barrio La Cruz de los Ciegos, mientras que el Charifas no pudo soportar la muerte de su benefactora y, dos días después, ya no se levantó de su improvisada cama de debajo del mostrador del puesto de verduras en el mercado Libertad.

De aquella bellaquería solo se conserva la nota firmada por el periodista Rafael Vega Sánchez en el periódico La Reforma del 26 de agosto de 1915, que lleva como título A secreto agravio, secreta venganza.

 

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