Fracaso del chavismo
 
Hace (98) meses
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Si yo fuera venezolano en vez de mexicano tendría 61.22 por ciento más probabilidades de estar desempleado, 53.66 por ciento más probabilidades de morir durante mi infancia, 270 por ciento % más probabilidades de morir asesinado, y 300 por ciento más probabilidades de enfermar de VIH/SIDA.

Si viviera en Venezuela en lugar de México ganaría 12.82 por ciento menos dinero, usaría 67.01 por ciento más electricidad, consumiría 11.86 por ciento más petróleo, moriría 2.7 años antes y mis probabilidades de ir a la cárcel serían 22.43 por ciento menores, lo cual no estaría mal si fuera un delincuente.

Un venezolano consume tanto petróleo que su país emite cada año 6.95 toneladas métricas per cápita de dióxido de carbono (CO2), cantidad 184.84 por ciento mayor que las 3.76 toneladas métricas per cápita que produce un mexicano. Las emisiones per cápita de CO2 de Venezuela son superiores a las que se registran en países tan contaminados como China (7.6 toneladas) e India (1.8 toneladas).

Si viviera en Venezuela vería como los gastos militares del gobierno equivalen a 1.21 por ciento del producto interno bruto (PIB), porcentaje similar al que gasta el gobierno chino y arriba de los que se registran para Japón(1.0 por ciento), Alemania (1.1 por ciento), Italia (1.1 por ciento) o México (0.62 por ciento). 

En 2014 la economía de Venezuela cayó 4.0 por ciento mientras que la de nuestro país creció 2.2 por ciento, la inflación (precios al consumidor) en el país sudamericano fue de 62.2 por ciento y en México del 4.0 por ciento.

En suma, si yo viviera en Venezuela vería con envidia a México y soñaría con vivir en este país. Y no es que los mexicanos tengamos fáciles las cosas o que nuestro país funciones de maravilla, pero de que estamos mejor que Venezuela no me cabe la menor duda.

Venezuela es hoy un país quebrado gracias en gran medida a la fallida Revolución Bolivariana por medio de la cual Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro trataron de llevar a su país hacia lo que el primero denominó “el socialismo del siglo XXI”.

Desde el 3 de febrero de 1999, día en que asumió la presidencia de su país, hasta el día en que murió de cáncer del colon, el 5 de marzo de 2013, Chávez presidió un gobierno casi dictatorial y populista que nacionalizó amplios sectores de la economía y ahuyentó la inversión privada local y trasnacional. Gracias a los petrodólares que a su país le dejó el boom petrolero que el mundo vivió durante esos años pudo cometer sus locuras sin que la economía venezolana se viera seriamente afectada. Su inepto, represor y sanguinario sucesor, el hasta 1998 chofer de autobuses Nicolás Maduro, no le ha ido tan bien. Su pésimo manejo de la economía y el desplome de los precios del petróleo han golpeado terriblemente a las finanzas públicas de Venezuela y a los bolsillos de los venezolanos.

Por todo lo anterior no es difícil entender porque el chavismo y Maduro fueron derrotados en las elecciones parlamentarias realizadas el 6 de diciembre del año pasado mediante las cuales se renovó íntegramente la Asamblea Nacional, que es la única cámara que integra al poder legislativo federal de Venezuela.

De los 167 diputados que ese día fueron electos, 112 pertenecen a la coalición de partidos de oposición unidos en la denominada Mesa de la Unidad Democrática. Y ayer, después de 17 años de que los incondicionales de Chávez y Maduro asumieran el control de la Asamblea Nacional, ésta pasó a ser dominada por una mayoría antichavista que ahora deberá enfrentarse al presidente represor para tratar de corregir las locuras cometidas durante los últimos 17 años y evitar que el semianalfabeta gobernante cometa otras más.

El chavismo ha fracasado. El problema es que Maduro y sus chavistas no lo aceptan y nada garantiza que estos bolivarianos no traten de imponer con las armas lo que perdieron en las urnas.

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